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Crónica de mi participación en la Backyard Ultra el ultimo arriero en Curillas (León) donde llegamos a las 24 vueltas.

Hace una semana completamos nuestra segunda Backyard: 24 vueltas, 160 km, 100 millas en @backyardultracurillas

Nunca antes había estado tan contento; creo que es, sin duda, mi mayor logro. Nunca me había sentido tan satisfecho al terminar una competición; ninguna marca en el reloj me ha sabido tan bien como esta.

Me resulta realmente difícil explicar lo que se vive en 24 horas corriendo, pero vamos a intentarlo.

Sábado, 9:00: arrancamos la primera vuelta. El objetivo eran las 24, estar todo un día corriendo. Me aseguré de decirlo alto y claro, en parte para creérmelo y en parte para establecer una especie de pacto con todo el que quisiera escucharme. Todo fue bien hasta la vuelta 8: aparecieron ciertos problemas gastrointestinales que me obligaron a dejar de comer durante varias vueltas y a reducir bastante las cantidades que teníamos previstas en el resto de vueltas. Es raro, porque es la misma pauta que me permitió en junio correr en @euskalbackyardultra durante 15 horas sin ningún tipo de problema; pero la realidad es que aquí aparecieron y tuvimos que improvisar, siempre con la ayuda de quien ya considero un amigo, @nutri.action_

Avanzamos hasta la vuelta 15 (100 km, medianoche) e igualamos récord personal, con buenas sensaciones a nivel muscular y fuerte de cabeza, pero preocupado por no comer todo lo que debía. Vuelta 16: primer miniobjetivo cumplido, pero queríamos más. No paramos y llegamos a la vuelta 17, que sin duda es un punto de inflexión. Hasta aquí íbamos bien, pero cuando llevaba la mitad de este loop, de repente me encuentro vacío, sin fuerza, sin energía, y me doy cuenta de que ahora sí el no comer me ha pasado factura. Completo los 3 km que me faltan con la idea de llegar y arrasar con cualquier cosa que huela a hidratos de carbono: si lo tolero bien, perfecto; y si no, me voy a casa intentándolo hasta el final. Pero o como, o sé que estoy acabado: no tengo más opciones.

Aquí entra en juego quien, podríamos decir, me salvó las 24 horas: @jorge_shindo. Primero me trajo unos lazos que entraron de cine y, después, al inicio de la vuelta 18, cuando yo ya me iba a retirar porque mi cuerpo todavía no había asimilado la comida, me obligó —literalmente— a seguir. Durante la siguiente hora, poco a poco fui encontrándome mejor y pude continuar hasta la vuelta 20.

Y aquí empezaron las 4 horas más duras de mi vida. Sabía que no me iba a retirar tan cerca del objetivo. Físicamente no estaba mal; muscularmente, muy bien. Se notaba que había trabajado mucho la fuerza respecto a junio y que la estrategia de bajar caminando había protegido mis cuádriceps. Pero mentalmente fue una tortura. Cuando estabas en la base de vida y sonaba la señal de 3 minutos, querías morir. Llegar a meta y saber que no era la meta, que había otra, y luego otra, y luego otra… No saber cuándo se acaba es horrible para la mente. Así que me enfoqué en terminar las 24 y ya. Me dije a mí mismo: “Es el objetivo inicial; cuando llegues, acabas”. Y esa fue la causa de poder completar, pero a la vez el motivo por el que fallé: porque, a pesar de terminar la última vuelta con 8–9 minutos de margen y muscularmente vivo, me retiré. No tuve la fuerza de voluntad para seguir una más. Solo hice 24 porque 24 horas tiene un día: si un día tuviera 23, habrían sido 23; y si tuviera 25, habrían sido 25. Este es el punto en el que vamos a trabajar de cara a 2026. El año que viene iremos sin objetivos: iremos hasta el final y, cuando lleguemos, daremos una vuelta más. Siempre una vuelta más…

Muchas gracias a todos los que me acompañasteis, ayudasteis y estuvisteis pendientes de esta aventura y a @backyardultracurillas por la organización y el apoyo en cada vuelta.